Notas Acusmáticas
Hace mucho tiempo que la senda del periodismo apareció frente a mi vida. Hija de un sociólogo educativo con una maestría en comunicación, y de una dedicada profesora normalista -de las mejores de su generación-, ambos decidieron emprender un trabajo independiente de análisis de prensa y televisión especializado en política, el cual cuenta con una trayectoria de casi 30 años. Lo lógico era que sus hijos continuáramos con la labor periodística. A final de cuentas, queramos o no, lo llevamos en la sangre. Por ello, entre otras razones, es que decidí estudiar Ciencias de la Comunicación. De cualquier manera y desde antes de decidirlo, ya llevaba varios años en el medio.
A los 14 me salí de la escuela debido a que, como buena adolescente rebelde, no le veía caso seguir asistiendo, no me gustaba, no tenía amigos y no estaba en el humor de aprender absolutamente nada, es más, pensaba que la secundaria -y aún lo hago- es totalmente absurda, innecesaria y donde no aprendería nada, a diferencia de la educación universitaria “donde sí te enseñan cosas que valgan la pena”, solía recitar al unísono con mi papá. Él, como buen sociólogo, por supuesto que apoyó mi decisión pero no sin antes solicitar mi asistencia y atención para aprender el know how del emporio familiar. Después podría terminar mis estudios de secundaria y preparatoria en la educación abierta.
Así comencé mi meteórica preparación en el mundo del periodismo. Pronto descubrí mis habilidades de análisis, síntesis y redacción que con el tiempo fui mejorando. Me sentía como pez en el agua y mi admiración por la labor de mis padres crecía como espuma. Sin embargo, había algo que no me gustaba del todo. Un “algo” que me impedía comprometerme de tiempo completo y entregar mis tardes libres a la empresa familiar.
Ese “algo”, que tardó 15 años en manifestarse, era la desigualdad, la inseguridad, la corrupción y la impunidad que imperan en México y que han llevado a la muerte y desaparición de cientos de periodistas, 131 asesinados para ser exactos, desde el año 2000 a la fecha. El terror de recibir amenazas de muerte o peor, sencillamente era algo que nunca quise para mi vida.
Leyendo diariamente las noticias sobre lo que les sucedía a los reporteros mexicanos, me aterraba el radicalismo crítico de mi papá, pero no por una cuestión de diferencias ideológicas, sino por la posibilidad de correr la misma suerte de los colegas asesinados. Inclusive en más de una ocasión fuimos víctimas de intentos de atentado. La vimos muy cerca y fueron eventos que me marcaron para siempre.
¿Por qué arriesgarse?, pensé durante mucho tiempo. Hoy entiendo que quienes deciden dedicar su vida valientemente al periodismo crítico en el ámbito político, son héroes de nuestra era. En un país con el 90% de impunidad en los crímenes contra periodistas, según reveló hace unos días la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), no es exagerado referirse a ellos de esta manera. (http://notiguia.tv/2018/01/26/impunidad-en-asesinatos-de-periodistas-en-mexico-es-de-90-cndh/)
Y no me malinterpreten, claro que quisiera dedicarme a ello, nunca me sentí una persona cobarde, al contrario, siempre he estado dispuesta a entrarle al quite, sobre todo por el bien de mi país y porque pienso que el periodismo es parte importante de los cambios necesarios, pero cuando decides formar una familia y dejar el nido no hay lugar para los riesgos. Empiezas a pensar primero en el bienestar de tu compañero, pero así también viene la encrucijada: ¿Es el periodismo mi pasión? La respuesta fue no. La música es mi pasión.
No obstante, me tomó algún tiempo entender que se puede hacer periodismo crítico desde el lado artístico. La cultura en México es vasta y me siento orgullosa de mis raíces. Por eso, y con la ayuda y consejo de Uzz, es que pude tomar la decisión de continuar con el periodismo pero no por la senda política, sino por el lado artístico.
Sin duda es necesario tener más periodistas sinceros, aunque sea la labor más peligrosa en nuestro país. Los malos gobiernos se han encargado de que así sea, han censurado y permitido la impunidad en una de las profesiones más nobles que, si bien muchos colegas también caen en las garras de la corrupción por falta de convicción o por necesidad, no todos son así y tenemos valiosos ejemplos de periodismo crítico e independiente en México.
Lo mejor de todo es que he aprendido que difundiendo la cultura y la idea de que con más arte el mundo sería mejor, podemos hacer también grandes cambios. Estoy convencida de que sin música, sin arte en general, y sin amor no quedaría nada para salvar al ser humano. Por eso escogí el periodismo cultural, que poco a poco se ha convertido en mi segunda pasión.